Este fin de semana insistir en analizar a Franco Colapinto es casi una falta de respeto. No al argentino, sino a la batalla monumental que ofrecieron Lando Norris, Max Verstappen y Oscar Piastri. Tres pilotos tirándose la temporada por la cabeza vuelta tras vuelta, tres gladiadores que todavía creen en la épica. Pero la patria pide lo suyo, obliga y jala del brazo, así que habrá que empezar por ahí, aunque la verdadera novela del Gran Premio de Qatar haya tenido protagonistas de otros colores.

Porque para Colapinto, en Qatar no hubo relato heroico posible. Hubo, más bien, un espiral constante hacia abajo que empezó el viernes y nunca dejó de caer. Fue una cadena de sucesos casi literaria con una práctica libre que prometía, un despiste que no parecía grave, un ingeniero informando “daños considerables”, un piso destruido que Alpine tuvo que cambiar por otro peor, sin carga, sin agarre, sin nada. El resumen perfecto de un equipo que llega a fin de año gateando hacia la puerta con la mochila rota y sin ganas de mirar para atrás.

La FP1 fue un espejismo. Nueve minutos de felicidad transitoria para Colapinto, un Alpine que se sostenía en el top 10, un Pierre Gasly a tiro. Eso duró hasta que Franco salió a pista con blandos, perdió el auto en el sector final, levantó una nube de leca y ahí se terminó todo. El golpe no fue visualmente dramático, pero internamente desarmó al A525. La frase “rompimos mucho el piso” se volvió mantra.

Alpine no tenía repuestos equivalentes. Tuvo que montar versiones con menor carga aerodinámica. En Lusail, donde las curvas rápidas son el idioma dominante, eso equivale a correr con balas de goma. La clasificación Sprint confirmó que ahí no había nada para inventar: Gasly 19°, Colapinto 20°. Las internas eran mínimas; la diferencia con el resto era un abismo. Alpine estaba roto, literal y simbólicamente.

La Sprint fue una carrera para algunos y una práctica para otros. Mientras Piastri se llevaba la victoria, Norris y Verstappen se medían, y los puntos del campeonato cambiaban de manos, Alpine hacía pruebas. Largaban desde el pitlane por más modificaciones de emergencia en la suspensión, probaban neumáticos, ensayaban una doble parada, y pasaban por la vida con el decoro de saber que el domingo habrá más de lo mismo. Colapinto terminó 20°, Gasly 18°. Nada más que agregar.

La clasificación, horas más tarde, sumó otra capa de pesimismo. P20 para Franco, eliminado en Q1 con errores propios que él mismo subrayó (“manejé mal toda la qualy”), y un Gasly en Q3, octavo, que confirmó que el auto no era una catástrofe total… pero que tampoco estaba para grandes milagros.

Y así llegamos al domingo. ¿Cómo pretendía Alpine empezar bien una carrera si todo había salido mal desde el minuto uno? Punto para nadie.

Un francés que detonó el GP

Lo de Colapinto en la vuelta de formación fue casi tragicómico. Todos se acomodaban en sus cajones y él doblaba hacia boxes porque el auto había vuelto a sufrir cambios. Un cuadro Fellini en versión Fórmula 1.

La carrera, en lo personal para el argentino, fue una sucesión de beneficios involuntarios. No hubo sobrepasos propios ni un ritmo para competir con nadie. Se favoreció con la sanción a Esteban Ocon, con el toque entre Gasly y Nico Hulkenberg, con errores aislados de otros pilotos y con la simple supervivencia. Terminó 14°. No por mérito técnico, sino por mantenerse entero. En un Alpine que casi no frena, no gira, no tracciona y se sacude en cada curva, llegar vivo ya es un triunfo conceptual.

Pero el verdadero epicentro del Gran Premio tuvo como protagonista al compañero, Gasly.

Todo el mundo esperaba un GP tedioso, estratégicamente predecible. Hasta que llegó la vuelta 7. Hulkenberg intentó pasar a Gasly, el francés no dejó espacio, el alemán se enganchó con su rueda delantera izquierda, apareció media Sauber volando en cámara lenta, y ahí nomás entró el Safety Car.

Ese pequeño toque, irrelevante en otro contexto, abrió un agujero en el tablero del campeonato.

Porque había una regla crítica: los neumáticos no podían hacer más de 25 vueltas. Era obligatorio parar dos veces. Y los equipos saben que un Safety Car temprano puede ser oro puro.

Entonces sucedió lo impensado: todos entraron a pits… menos McLaren.

Piastri no entró. Norris tampoco. “Papaya rules”, le dicen. O paran los dos, o no para ninguno. Democracia pura dentro del box. Equidad absoluta. Y también, un riesgo que salió carísimo.

El resto de la película ya es conocida. McLaren se quedó afuera mientras todos aprovechaban el primer cambio obligatorio bajo Safety Car. Era evidente que después iban a contrarreloj.

La cadena de decisiones que terminó por entregarle la victoria a Verstappen empezó a tomar forma en la vuelta 24, cuando McLaren llamó a Piastri a boxes, y un giro más tarde hizo lo mismo con Norris. Esa doble detención consecutiva dejó la pista despejada para que Verstappen heredara la punta sin siquiera tener que forzar una maniobra.

Cuando en la vuelta 32 todos tenían que cumplir la segunda parada, Max ya tenía la ventaja estratégica bajo control. Boxes limpios y gomas duras nuevas. Impecable.

McLaren volvió al 1-2 después de la parada de Verstappen, sí… pero todavía les faltaba una parada más. A Piastri en la 43, a Norris en la 45. Y ahí se derrumbó todo.

La entrada tardía de Norris fue su sentencia porque perdió tiempo en el box, salió detrás de Piastri, Carlos Sainz y Kimi Antonelli, y no logró adelantar al italiano hasta la última vuelta. A Sainz, ya ni soñarlo.

Banderazo, victoria de Verstappen, segundo Piastri, tercero Sainz con un Williams rebautizado como milagro, y Norris cuarto, impotente.

Campeonato al rojo vivo

La tabla, ahora, es una novela. Norris continúa al frente con 408 puntos, seguido de un Verstappen que ya le respira la nuca con 396, y de un Piastri que se mantiene peligrosamente cerca con 392. Dieciséis puntos separan a los tres contendientes, algo que no se veía desde ese 2021 frenético en el que Verstappen y Lewis Hamilton empujaban la historia curva tras curva.

Qatar dejó algo imposible de disimular. McLaren tiene un auto para ganar el mundo, pero sus decisiones parecen sacadas de una reunión de centro de estudiantes improvisada cinco minutos antes. Verstappen, mientras tanto, aprovechó el desconcierto con la frialdad de siempre y se metió en la conversación como si hubiese estado ahí desde el principio.

Y ahora todo desemboca en Abu Dhabi, un cierre de temporada como una definición a cara descubierta. Tres pilotos encerrados en 16 puntos, sin margen para el cálculo y con un título que puede caer para cualquier lado. Una final que nadie habría imaginado hace unos meses y que ahora llegó para quedarse en la historia.

¿Y Colapinto? Terminó 14°, sí, pero lo verdaderamente contundente llegó cuando bajó del auto y habló. “No tengo confianza, no encontré ritmo en todo el fin de semana. Estoy patinando en la entrada y cuando trato de empujar en la mitad de curva”, explicó al describir un problema que lo acompañó desde el viernes. La frase más honesta, quizás, fue la que dejó flotando en medio de todas las declaraciones. “Ojalá que se termine pronto la temporada”, cerró, consciente de que la frustración ya pesa más que cualquier análisis técnico.

Un cierre cuesta arriba, un final de año que en Alpine ya nadie quiere seguir atravesando. Solo queda Abu Dhabi y, después, por fin, la posibilidad de pasar la página y mirar al 2026 como lo que realmente es para ellos: un reinicio obligatorio, con nuevas reglas, nuevo auto y, ojalá, otra historia.

De Colapinto se rescata que terminó la carrera; de Alpine, que ya quiere escapar de 2025; de McLaren, que su sentido de justicia interna puede costarle un título; de Verstappen, que huele sangre; de Piastri, que ya no es promesa sino cuchillo; y de Norris, que tuvo en la mano su chance dorada y la vio perderse por decisiones ajenas.

Abu Dhabi va a ser una hoguera. Y ahí veremos si McLaren sigue con las papaya rules, si Verstappen remata una remontada monstruosa o si Piastri juega a la sorpresa final.

Qatar, mientras tanto, queda como el registro incómodo de un fin de semana que se torció para Colapinto desde el primer minuto y que, sin buscarlo, terminó siendo el escenario donde el campeonato se prendió fuego definitivamente. Nada más, nada menos.